martes, 24 de mayo de 2011

The Spanish Revolution

A los héroes de hoy:

Gracias.

Sólo eso. Porque tenéis voz, y la usáis, porque tenéis manos, y las levantáis.
Porque queréis haceros oír y que se Oiga a los demás.

Sólo por eso. Porque no os importa que la guerra parezca perdida antes de empezar, porque nos dais esperanza a los que hace tiempo dejamos de confiar.

Sólo por decir vasta. Sólo por decidir no sólo que no queréis formar parte de la máquina, sino por moveros para cambiarla. Por luchar.

¿Cuántas manos hacen falta para mover un país? ¿cuántos gritos para que el mundo escuche?
Nunca son demasiadas, pero seguro que tarde o temprano serán suficientes.

Ellos están ahí, han dado la cara, están trabajando duro... ¿vamos a dejar que todo esto se quede en nada? ahora es nuestro turno.

Mira a tu alrededor, busca a los héroes, busca a los guerreros. Sé un héroe, sé un guerrero, levántate y lucha. Infórmate, opina, hazte ver. Somos nosotros los que movemos el mundo, sólo tenemos que decidirnos a hacerlo.

Gracias. Por dar esperanza.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El discurso del Capitán garfio.

Como en el cuento de Peter Pan, el capitán Garfio siempre estaba dando su discurso de despedida por miedo a que, en el momento de morir, cuando le llegara la hora, no tuviera tiempo de darlo.

Del mismo modo, las despedidas largas hacen pensar a uno en qué ocurriría si no volviera a ver a esa persona. Y entonces es cuando hace acto de presencia esa palabra: “nunca”. No cabe en la imaginación algo tan serio, tan pesando, sólo se te queda un regusto a vacío en el paladar cuando piensas en ella que pide a gritos obviarla, apartarla del pensamiento y sacudirse la cabeza una y otra vez hasta que desaparezca.

Pero… ¿qué ocurriría? ¿Qué pasaría si no volvieras a ver nunca a esa persona? ¿Qué sucedería si perdieras esa oportunidad para siempre, de un modo irreversible?

La idea es aterradora, pero más lo es aún la evidencia de que, por muy pequeña que sea, existe esa posibilidad, y es tan real y tan cruda como cualquier otra posibilidad.

Y entonces nace la pregunta: ¿Y qué hacer? ¿Olvidarse de ello? ¿Pensar en otra cosa? Por supuesto. Pero por si acaso, yo prefiero estar preparado.

Por eso hago mis propios discursos de despedida del capitán garfio.

Porque… ¿de verdad merece la pena mantener el rencor? ¿O el orgullo? ¿Y dejarse llevar por la apatía? ¿Realmente tiene sentido guardarse un abrazo, un “eres importante para mí”, un “querría que fuéramos amigos”, un “confío en ti”, “te echo de menos”, “Quiero que seas feliz”, ”merece la pena conocerte”, “te quiero”, un “me importas”?

Cuando piensas en ese “nunca” tan cruel, cuando te das cuenta de que podría ser tu última oportunidad. Todo ese orgullo, ese rencor, ese miedo. Se vuelve absurdo, caprichoso y patético, como un señor gordo con bigote metido en el traje de un niño que grita una y otra vez que no quiere comerse la sopa. Pierden sentido, y una vez que das ese paso, en el momento que traspasas la barrera del capitán garfio, entonces, estás en paz. No te sientes ni fuerte ni débil, ni grande ni pequeño. Te sientes tú, y estás preparado, ahora sí, para lo que venga, incluso para ese “nunca” o para ese “para siempre”.


(Y si no me creéis, leed "el último mensaje del jefe")