miércoles, 25 de julio de 2012

Ocre, añil y rojo

Cada ser humano tiene su frontera particular, que puede estar dentro o fuera, puede ser ese lugar que aún no se ha llegado a visitar, esa persona a la que aún no se conoce, puede ser ese sentimiento que aún no se ha vivido o incluso la parte de uno mismo que uno no llega o no se atreve a vislumbrar.
Viajar significa superar esas fronteras, algunas de ellas en ocasiones, según el viaje serán más o menos, en algunos viajes todo lo que entra por los sentidos es nuevo, diferente; los sonidos, los sabores, los olores, los colores, el Tayin, la Jarira, el añil, las calles de chaouen, las siete puertas de tetouán, la medina, sus gentes, su fruta, su textura, su sabor.

tenemos muchas fronteras invisibles que con una simple visita de cinco días nos podemos saltar, y si vamos juntos, entonces se hace inolvidable.

La vida te inunda en ese país, no hay hueco donde no haya retazos de ese sabor picante, de esos colores vivos, de ese sonido profundo y bullicioso. No hay límites a la imaginación si te sumerges de esa manera, Marruecos te libera de algún modo, de unas cuantas fronteras.