viernes, 30 de abril de 2010

y fin.

Esa noche volvió la tormenta como una amante despechada que apretaba el barco contra su pecho una y otra vez con el oscuro deseo que quebrarlo si no pudiera ser suyo.

La embarcación lidiaba por sobrevivir, por mantenerse a flote entre las lenguas de mar que como enormes pulgares quisieran aplastarla, pero siempre se escapaba en el último momento.

El marinero seguía en su puesto, aferrando el timón con fuerza con la mirada fija al frente, con la cara mojada de espuma y sal y con los huesos pegados a la piel por las largas jornadas de ayuno.

No hacía ningún movimiento, la terrible fuerza de la naturaleza no podía apartarlo de su timón, sólo cantaba una canción que nadie escuchaba. Sin pestañear, sin imponerse a la furia, manteniéndose a flote simplemente.

Hasta que apareció la estrella.

Como un relámpago verde surgió de la oscuridad, de entre la lluvia, las olas y las nubes, un galeón como los de hace siglos, un barco pirata como los de los cuentos. Era de noche, pero el barco brillaba como si de un lucero se tratara.

El barco permaneció suspendido en el aire a escasos metros del maltrecho resto que flotaba en el mar, la cubierta era un hervidero de actividad, aparejos, velas, trinquetes, la tripulación no cesaba de correr de un lado a otro recibiendo y dando órdenes.

Desde el puesto de vigía un tipo rubio y bajito saludó con énfasis al marinero, en sus quehaceres, todos paraban algún segundo para observar al maltrecho superviviente y correr de nuevo a su puesto.

El marinero intentó mirar a otro lado, sabía que definitivamente se había vuelto loco.

La pasarela cayó con un ruido sordo sobre la cubierta del mercante, la tormenta continuaba alrededor, pero los dos barcos parecían quietos enmedio del caos.

Y fué entonces cuando el capitán hizo su aparición.

El sombrero de tres picos en la cabeza, el pañuelo verde al cuello, las ropas de viaje. Delgado como una espiga pero con la sensación de echar raíces a cada paso que daba. Sus ojos brillantes miraban directamente al marinero mientras éste intentaba centrarse en el timón, olvidarse de su propia alucinación.

- Tienes miedo, ¿verdad?

La voz de trueno del capitán brazos largos parecía venir de la tormenta más que de si mismo.

El marinero continuó impasible.

- Sientes que tienes un vacío dentro, que siempre lo has tenido y que has intentado llenarlo con cosas que están fuera, has intentado llevar adelante una guerra contra algo ajeno mientras sabías que tenías que luchar contra tu propia tristeza, tu miedo y tu desgana una vez más.

El hombre fruncía el ceño repetidas veces, contenía el llanto, esa alucinación era demasiado real.

- Querías darle miedo al miedo sin entender que es tu propio miedo al que tienes que atemorizar.

El cuerpo del superviviente empezó a temblar, cerró fuertemente los ojos para que no se le escapara ni una lágrima.

- Ven con nosotros, tenemos un camarote para tí, para que puedas descansar. Mañana empezarás tu trabajo, necesitamos unos hombros fuertes como los tuyos.

El marinero no pudo más y sin soltar el destartalado timón rompió a llorar. La mano del capitán se posó en su hombro, era una mano grande y delgada, segura como un cabo, como un as de guía. Después de unos segundos el marinero miró por primera vez al capitán.

- Yo sólo quería creer, sólo eso.

- Lo sé, y lo entiendo, todos los de ahí arriba lo entienden.

Miraron a la cubierta del galeón, todos habían dejado de trabajar, hombres y mujeres, niños, ancianos, gigantes, princesas, pintores, piratas y soldados, todos miraban a los dos hombres fijamente.

- ¿Y qué tengo que hacer ahora?

El capitán lo miró a los ojos y, lentamente, su sonrisa le decoró el rostro e inundó al marinero de valor.

- ¿Has dejado de soñar?

La mano del capitán se tendió, él la miró para luego mirar al barco, al timón y de nuevo al capitán.

- Pues ven con nosotros.

Dicen que los restos del destartalado barco llegaron un día a puerto sin más tripulante que la nada pero con una sensación de victoria que pocos podrían explicar. La tormenta terminó, llegó la primavera, y en las noches de luna nueva, cuando las estrellas toman el firmamento, una forma fugaz de color verde brillante pasa como una exhalación antes de que nadie pueda verla.

Si miras fijamente, posiblemente le veas las belas verdes y escuches la canción de cubierta.

Es el estrella esmeralda.

Fin.

jueves, 22 de abril de 2010

Siendo pez

el agua estaba tibia para la piel del marinero, nadaba como si este fuera realmente su elemento, como si siempre hubiera sido un pez, un tiburón de elegante figura deslizándose por los universos marinos. Vio bancos de peces plateados, gigantescas medusas como si de enormes globos se tratara. Pasó sobre los fondos aparentemente muertos pero repletos de vida, aceleró su velocidad, siguió adelante.
Era como un sueño, se había creído pez, y de pronto lo era, sintió la libertad, el valor, el poder de saberse invencible. Sintió el amor por ese mar que le daba la vida, respiró de él, exploró todos sus rincones, se desvaneció de la vista en los abismos. Pero el mar tiene sus reglas, y notó como el aire se le agotó en los pulmones. Sintió la tentación de seguir, de bajar hasta el fondo con la promesa de encontrar el mayor de los tesoros, nada le importaba el no poder subir después, hasta que notó cómo alguien le miraba.

Una Nereida lo observaba con tristeza suspendida en el espacio de quietud que era el mar, el marinero se detuvo en seco, la miró fijamente mientras se acercaba.

- Por favor, no sigas por ese camino.
- Pero me llama, sé lo que tengo que hacer...
- No, no lo sabes, no hay nada para ti ahí abajo.
- No puede ser, no tiene sentido, yo...
- ¿No lo oyes? Tu eres de la superficie, tu tiempo se acaba aquí dentro, el mar llora por no poder acogerte.
-Yo quiero quedarme...
- Pero no puedes.
- Pero me ama.
- Quiere hacerlo, pero no lo siente en realidad, es el mar, no es una mujer como las que has conocido hasta ahora, tienes que comprenderlo...
- No quiero comprenderlo.
- ¿De verdad no lo oyes?
El marinero afinó el oído hacia el infinito, y poco a poco el sollozo se hizo perceptible para sus oídos humanos. Aunque era más un silencio que un sonido, el marinero lo sintió.
- ¿Podrías seguir adelante habiendo oído eso?
De pronto se dio cuenta de su error, el mar le acariciaba con dulzura, pero con tristeza, había roto la frontera de la superficie durante demasiado tiempo, había transgredido las leyes que rigen el mundo de las profundidades y estaba hiriendo al mar, el mismo que podría aplastarle si lo deseara, pero al que el mismo amor por ese diminuto ser detenía.

El Marinero retrocedió alarmado, de pronto se dio cuenta de su crimen, el terror lo inundó, si hería al mar, ni las montañas mas altas lo iban a salvar de su propia conciencia.

-Aún estás a tiempo, márchate, vuelve a la superficie.

El hombre tomó impulso aún horrorizado, se disparó hacia la superficie viendo pasar como centellas todos los secretos del mar. chocó contra el límite del agua y lo hizo explotar para finalmente caer sobre la cubierta y aspirar con ansia el oxígeno del que se había olvidado.

A su lado, erguida como una estatua, había una anciana mujer vestida de blanco que al marinero le recordó mucho a la gaviota.

- ¿Ya has salido? Me parece bien, llevo siquiendote mucho tiempo, ahora es el momento chico, lo has perdido todo, el mar te ha avandonado, tus esperanzas están muertas, estás solo, no te queda nada por lo que luchar, ven conmigo, ya es hora de descansar.

El marinero la miró mientras luchaba por recuperar el aliento, tosía y escupía agua. La parca, la muerte, lo había rondado desde la tormenta, y ahora reclamaba su papel.

- Tengo un lecho suave para ti, allí podrás soñar lo que quieras, con casas avandonadas, besos, estrellas, puertas o lo que desees, nadie te lo va a quitar...

Mucho le costó que su pecho dejara de contraerse una y otra vez, y cuando lo consiguió notó la garganta rasgada del esfuerzo, pero pudo pronunciar su respuesta.

- No me da la gana.

La parca entró en cólera, su voz de pronto se convirtió en un rugido de tormenta, su rostro afable se volvió cadavérico y vacío.

-¿ Crees que puedes rechazarme? ¡No eres nada! ¡No tienes nada! ¡No te queda más que morir, aceptar la derrota y seguirme! ¿Quién te espera? ¡Nadie! ¡Tienes que venir conmigo! ¿A dónde irás si no?

El desnudo superviviente se acercó hasta donde estaba el timón del barco, lo recogió y lo situó en su lugar.

- Iré hacia adelante, olvídate de mí, vieja, aún no es mi momento.

Y la muerte desapareció vencida mientras el barco empezaba a avanzar en la dirección deseada.

miércoles, 21 de abril de 2010

Un camino.

Bajo la atenta mirada de la gaviota, el hombre giró su rostro hacia el mar, miró las olas atentamente, como si quisiera leer algo en ellas.

-¿Sabes? Prefiero un camino a un destino, sea cual sea.
- ¿tú crees?
- Sí, los seres humanos somos como los tiburones, tenemos que seguir adelante para sobrevivir, si nos paramos, dejamos de respirar.
- ¿Entonces no podéis dejar nunca de caminar? ¿no es eso agotador?
- Lo es, pero es un casancio necesario, una putada para bien.
- ¿Y eso lo entiende todo el mundo?
- No lo sé, habrá quien lo entienda y quien no, como todo.
- Pero... ¿tú eres feliz entendiéndolo?
- Pues claro que soy feliz.
- No me lo creo, anoche te vi llorar.
- Eso no tiene nada que ver, uno puede estar triste o estar contento y ser feliz igualmente. Porque se comprende a sí mismo, sabe que es necesario tanto reír como llorar, como rugir o gruñir de vez en cuando, sentarse o salir corriendo. Todo forma parte de la vida, si lo comprendes, si te quieres aunque llores sentado en un bordillo, entonces es que eres feliz, y eso se transmite a cómo quieres a la gente que te rodea.
- Estás loco.
- Como una cabra, ya lo se, y a mucha honra.
- ¿Qué vas a hacer ahora?

En ese momento el marinero volvió su cabeza lentamente para mirarte a ti, que estás leyendo estas líneas, te miró fijamente con una media sonrisa dibujada en el rostro y te habló.

- Abre la ventana, retira los cartones y mira tu camino, tu carretera, las carreteras no suelen hablar, por eso si lo hacen es porque tienen algo muy importante que decir.
Vamos, no tengas miedo.

De nuevo volvió su atención a la gaviota.

- Creo que nadaré un rato, quiero sentirme pez.
- Está bien, pero prepara un cabo para subir luego.
- Descuida.

lunes, 19 de abril de 2010

fijamente.

Cuando despertó, el hombre estaba realmente solo en la cubierta, el timón a su lado, el mar tranquilo, el sol bien alto en el cielo, y una gaviota blanca mirándole fijamente posada en la proa del barco.

-¿has dormido bien? dijo la gaviota.

- mejor que nunca. Respondió el marinero.

- Me alegro, hace días que nadie duerme como es debido en este trozo de mar, demasiadas peleas.

- Todo el mundo tiene sus guerras, sólo tienen que darse cuenta de dónde está el final.

-Por cierto, ¿te has dado cuenta de que vas desnudo?

- Si, me he dado cuenta.

-¿y el sol, no te quema?

- Si que lo hace, pero me gusta así.

lunes, 12 de abril de 2010

A muerte

El timón estaba tirado en la cubierta, un trozo largo y plano de metal que en su momento había estado conectado al puente de mando permitiendo el control de la nave.

uno de los dos hombres estaba de pie, junto a él, mirándolo fijamente con una barra de hierro en la mano derecha. El otro hombre yacía en el suelo sin moverse, sin respirar. Un furioso golpe en la sien había acabado con su vida.

El piloto había tirado con fuerza del timón, había gruñido de dolor al izar el pesado objeto sobre la barandilla con la intención de arreglarlo para poder llevar el barco a puerto sano y salvo, para dejar de vagar sin rumbo.

Fue ese momento en el que el Capitán le atacó, saltó sobre él como una bestia y apresó su cuello con una fuerza inaudita en un hombre de su edad y en su estado. El piloto aturdido notaba como la vida se le escapaba entre las garras del demente, luchando por no perder el conocimiento buscó a tientas el rostro de su agresor, pero el capitán tenía la fuerza que da la locura, había perdido todo atisbo de humanidad, se aferraba a su garganta como si su propia vida dependiera de ello, como si no hubiera vida, como si sólo hubiera violencia en su mirada: furia, terror, como si él mismo fuera el mar, la tormenta que los había lanzado a la deriva, como si se hubiese fundido con esa demencia elemental que controla el viento y el agua cuando la destrucción es la clave.

Entonces, durante un segundo, el piloto miró a la cara de su atacante, pero no le vio a él, vio a otra persona, un tercer hombre joven y ajado, hambriento, consumido. No era él, pero sí lo era al mismo tiempo, se vio a sí mismo arrancándose la vida cruelmente.

La locura lo volvió contra sí. vio la casa avandonada, escuchó la canción, se lanzó hacia adelante y se empujó con su propia garganta a punto del colapso a sí mismo contra la cabina del timón. El otro soltó su presa a causa del dolor y ambos cayeron al suelo exhaustos, arrastrándose por el suelo con las contradictorias ideas de huir de allí y de matar a aquél que tanto daño le había hecho.

De nuevo se lanzaron los hombres el uno contra el otro, los dientes se clavaron en la carne, los rostros fueron machacados a base de golpes, uno calló al suelo, el otro corrió hacia él. Pero un hierro oxidado marcó el final de la trifurca, un golpe seco primero, una caída después y el lento camino de la sangre por la cubierta.

El hombre permaneció allí, de pié, tan inmóvil como el muerto, mirando el timón con los ojos muy abiertos, respirando esforzadamente con el enjuto cuerpo tenso aún.

El resonar metálico marcó la caída del hierro a la cubierta, el hombre lloró, lloró amargamente por no entenderlo, su mirada ígnea mantenía la furia de la tormenta y fue entonces cuando lo entendió.

Estaba solo en la cubierta, no había nadie más, ni vivo ni muerto, estaba solo, siempre lo había estado, había luchado contra el mar, contra la tormenta, contra sí mismo y había ganado. Ahora lo entendía.

Cayó al suelo y durmió profundamente mecido por el mar, ahora en calma.

jueves, 8 de abril de 2010

rumbo

al despuntar el alba el piloto se recostó exhausto en la barandilla de popa, mirando al agua, cuando una figura alargada de aspecto ajado se perfilaba en la superficie.

¿el timón?

¿El timón del barco?

aún está ahí, se puede recuperar.
¿recuperar el timón?


¿volver a controlar el rumbo?

Los ojos del piloto se encendieron de pronto tal y como habrían hecho los del capitán, que ahora dormía.

Ya es hora.

martes, 6 de abril de 2010

la rutina nocturna

La rutina nocturna a la deriva era extremadamente rigurosa para el piloto.

Primero probaba la radio, la intentaba arreglar y la volvía a probar, por ahora no había habido respuesta.

Después daba de cenar al capitán y lo ataba fuertemente al camastro en el que se encontraba, éste nunca rechistaba, se dejaba cuidar, casi parecía que hubiera quedado en estado vegetativo, abría los ojos, le miraba y asentía, pero en ningún momento dijo nada ni hizo ningún ademán, sólo tragaba lentamente las gachas que él le ofrecía.

A continuación subía a la cubierta para medir la dirección del viento e intentar situar la derrota que seguía el barco. desde la tormenta el timón había quedado inservible, por lo que sólo podía rezar para que el viento les llevara a la costa o a alguna ruta comercial.

y allí mismo dormía, con un cabo atado a la cintura por si acaso, y con un ojo abierto en todo momento por si una luz en el horizonte le avisaba de un posible rescate o de una nueva tormenta.

Sin embargo ese día durmió profundamente al principio durante largas horas, para luego, justo antes de despertar, soñar con algo que se le quedaría grabado en la memoria.

-¿qué haces ahí parado? le decía la voz, él sólo distinguía siluetas de peces y estrellas marinas alrededor.
-¿dónde estoy? ¿ya nos hemos hundido?
-Creo que no.

Sintió unos ojos fijos en los suyos y no pudo moverse durante un rato, notó como tiraban de él a través de fondos marinos, acantilados, playas, bosques, calles y recodos, hasta llegar a esa vieja casa abandonada, escuchó una canción, se vio a sí mismo canturreando en el patio del caserón y alrededor del mástil, estaba bailando, se movía como si cada paso fuera una experiencia totalmente nueva, como si la música lo llevara a él.

Acto seguido sonó un golpe en las tablas de la cubierta y el piloto se despertó.

Contra la luna se recortaba la forma del viejo capitán quieto en la proa del barco, mirando al ancho mar, estaba en los huesos pero podía sentirse la fuerza que aún tenía su enjuto cuerpo.

El piloto se apresuró a soltar el cabo que lo ataba para sujetar al capitán antes de que hiciera ninguna locura, pero cuando aún no pudo desatar el nudo, escuchó el canturreo del viejo marino...

Con un hueso verde de papel
despistar a la locura sin querer
convertirte en ave al soplar
y bailar en el cielo, bailar...

El capitán bailaba en cubierta la misma canción que el piloto había bailado en su sueño, bailaba igual, como si las olas lo mecieran.

... quizás...quizás no seamos tan diferentes.

Y danzaron hasta despuntar el alba.