lunes, 19 de julio de 2010

un segundo

¿cuánto dura un segundo?
Un instante, un suspiro, un parpadeo, una lágrima.
¿Cuánto un amor pasajero?
Un viaje, un beso, una frase, un consuelo.
¿Pero cómo sabemos si el tiempo es lo que marcan los relojes?
¿Cómo contamos ese instante, esa palabra, ese sueño?
El pasado se esfuma en el viento, se hace arena, marea que se hace ternura, recuerdo y lamento.
También se convierte en sonrisa, emoción y nostalgia, en tiempos únicos vividos, en tesoros reservados para acortar la distancia.
El futuro es el sueño que está aún por llegar, sin límites, sin fronteras, residencia de utopías, anhelos, fines, principios y vuelos.
De caminos por andar hacia un destino que aún no existe, pero que pronto existirá.
Pero ahora es el momento en el que está la realidad, realidad que tocar, que sentir, que escuchar. Donde estoy yo, donde estás tú, nunca los mismos, siempre cambiantes.
El yo de ayer murió, el yo de mañana no existe. Como tú, nazco a cada instante, renovado, diferente. Mi piel no es la que era y mi corazón es nuevo, nueva sangre y nuevos sueños, nuevos ojos que te miran nueva cada día.
Quizá mañana no me conozcas, quizá mañana no te recuerde, pero ese mañana no existe, sólo existen tus ojos fijados en los míos, sólo existe tu cuerpo vestido de caricias, sólo existen mis manos repletas de ventura, de labios que te buscan, de latidos incesantes, sólo existe el hoy.
Hoy es hoy, y hoy es siempre.

martes, 6 de julio de 2010

Pero entonces

Duerme tranquila la conciencia en su lecho de incógnito.



Muere la inocencia bajo nubes de plomo, disfrazada de ignorancia por aquellos que repudian el pétalo, la nota y el balido.



No hay escarcha, no hay niebla, ni estrellas ni coral en el lecho.



No hay silencio, no hay lugar para la vida sin objeto, sin excusa, porque sí.



Mientras llenamos sacos con libros tiritantes, adormecidos, cuando la plaza arde y consume fuerzas, voluntades, amores y nostalgias. Como una estela de única dirección, la muerte de las hadas, delirantes, consumidas por la fiebre del progreso y el abandono del ser humano.



Y yo, sólo en la avenida, desnudo, dando palmadas desesperadas que nadie escucha, porque a nadie importan.

Pero entonces un eco de cien latidos, cien miradas encendidas rompen la risa macabra y disparan al corazón de la mentira una bala de libélulas que volando parece que cantan.



Rompe a llorar la frontera impasible y explota una sonrisa de un millón de años y de un segundo, un secreto, una calma repentina, un deseo.