Los dedos como lápices que dibujan figuras asimétricas en un
lienzo de piel sin curtir. Los ojos, innecesarios faroles, se apagan en la
penumbra dando paso al lenguaje de los sabores y las texturas. El baile de los
sentidos comienza lentamente para ganar compás. Del Vals a la Bachata y de ella
al Tango voraz, al recorrido eléctrico, al pulso ininterrumpido de tensión y
sosiego, a la fusión de los íntimos secretos, pausados aún para consultar el
mapa erizado deteniéndose un instante en la posada del ombligo.
Dejarte,
dejarse, sutilmente acariciar por los flecos sin carmín ni falta que les hace,
Cuando la voracidad sustituye a la delicadeza y el huracán del latir estalla
para dar paso a la necesidad imperiosa de abrirse paso a dentelladas hasta el centro
mismo del sol interno de cada uno, nutriéndose éste del vaivén absoluto y
eterno durante un instante en el que la realidad exterior es engullida por el
inmenso pálpito y así el nuevo big bang, el universo que se contrae y estalla de nuevo para volver
lentamente a su estado original.
Prometiéndonos guardar el secreto entre las
sábanas, al menos, mientras el sueño nos guarde agazapados.