miércoles, 31 de marzo de 2010

está acabado.

No puede ni mantenerse en pie, no sabe nisiquiera dónde está. Es poco más que un cadáver...

Pero cuando abre los ojos, hay algo dentro que arde, apenas puede pronunciar palabra pero en su mirada es como si la tormenta aún no hubiera terminado, como si aún le gritara al océano desde lo alto de ese maldito palo. No sé que ocurrirá cuando recupere las fuerzas, quizás vaya a buscar otra tormenta, aquella que sea capaz de hundirle para siempre.

Quiero pensar que yo no soy como él, aún me queda humanidad, tengo motivos por los que sobrevivir, quiero volver, sólo volver a casa para empezar una vida nueva, por eso aún no he perdido la cordura.

El piloto miró al maltrecho capitán postrado en el reducido camarote, a través del ojo de buey la luz se desvanecía, llegaba la noche, una noche que esperaba tuviera un amanecer.

domingo, 28 de marzo de 2010

a la mañana

Al abrir los ojos el piloto descubrió con asombro algo que había olvidado ya que existiera, miró a su alrededor y el corazón le dio un vuelco inexplicable cuando se dio cuenta de que ese algo era el silencio. Un silencio arrullado por el rumor de un mar tranquilo, una brisa marina suave y el leve crujir de la madera. De acuerdo, no era realmente silencio, pero después de tres días de tormenta aquello era gloria bendita.

Por un instante se estremeció al recordar la larga noche anterior, las caras de terror de sus compañeros, la cubierta barrida por el mar, el ardiente roce de las cuerdas, el barco movido como un juguete entre lenguas de océano furioso. El capitán...

Rápidamente alzó la vista hacia el mástil, milagrosamente el palo había sobrevivido a la noche y allí estaba el cuerpo inerte del capitán , balanceándose suavemente al compás del ahora adormecido mar.

El piloto luchó durante un rato por soltar sus ataduras, le dolían todos los huesos del cuerpo y sentía un pinchazo profundo en la sien. Una vez consiguió desatarse, se levantó y a punto estuvo de caer a causa de un profundo mareo, pero se aferró a la barandilla y se obligó a dirigirse con esfuerzo hasta el palo mayor de la embarcación.

Los pies del capitán se balanceaban sin un atisbo de vida, parecía un macabro trofeo de guerra que el mar exhibiera para que nunca mas nadie se atreviera a desafiarle. El piloto hubiera llorado de haber podido, pero ahora mismo apenas era un ser humano, su intención era únicamente sobrevivir.

Cuando se hubo repuesto buscó su cuchillo y subió poco a poco hasta donde el cuerpo se encontraba, aún le quedaba dignidad como para evitar que las gaviotas devoraran los restos del que había sido su capitán.

- Era un viejo loco. pero no se puede negar que valor no le faltó.

Cuando el piloto llegó arriba pudo ver más de cerca el cuerpo: sus profundas ojeras, la boca entreabierta y la espesa y cana barba. El grueso cabo rodeándole el pecho por debajo de las axilas y los miembros colgando en el vacío.

Empezó con mucho esfuerzo a cortar el cabo, pero un movimiento le hizo detenerse.

El capitán respiraba, apenas se podía percibir, pero seguía vivo, y un murmullo luchaba por salir de su reseca garganta.

El hombre acercó el oído a la boca de su capitán, mientras este repetía una y otra vez lo mismo hasta que se pudo escuchar su sencilla frase:

-Ron, dame ron.

viernes, 26 de marzo de 2010

reza lo que sepas

El impacto hizo saltar por los aires uno de los paquetes de carga, toda la cubierta se zarandeó, el piloto apretaba sus huesos contra la baranilla a la que estaba atado, se le pasaron por la cabeza todas las oraciones que de pequeño habían intentado inculcarle y nunca pudieron, pero en ese momento creía en dios, en Alá o en quien fuera que pudiera sacarle de allí.
Alrededor no se veía nada, sólo el mar enfurecido que una y otra vez mordía con rabia el frágil barco que se esforzaba por mantenerse a flote. El rugir ensordecedor del océano oprimía sus tímpanos, no había más que furia, violencia en estado puro contra la que sólo se podía rezar.
Otra ola gigante, otra estampida, y de fondo, una voz grave y castigada, apenas un murmullo frente a la cruel sinfonía del agua.
El piloto buscó a su alrededor, no había nadie más en cubierta, la tormenta los había arrojado al mar, entonces alzó la vista y difícilmente pudo perfilar su silueta, allí, amarrada en lo más alto del mástil con los brazos abiertos hacia la masa de agua que de nuevo estaba a punto de impactar contra ellos.

- ¡Vamos maldito infierno! ¡Acaba conmigo!

El capitán gritaba de ira, gritaba su desafío una y otra vez mientras el mar parecía enfurecerse aún más por su osadía.

- ¡Me quieres a mí! ¡Lo sabes! ¡¿Crees que puedes hundirme?! ¡Inténtalo!

El barco se zarandeó de nuevo y el piloto tuvo que bajar la cabeza, pero aún pudo escuchar al capitán.

- ¡Puedes hacerlo mejor! ¡Vamos!

El ruido volvió a ensordecer al piloto justo cuando la ola más grande alzó la embarcación por los aires.