domingo, 30 de octubre de 2011

Contadores de historias.

Hay muchos tipos de contadores de historias.

Están los que las cuentan a la luz de una lumbre rodeados de amigos, compadres y gente amable en general entre risas y chistes. Como ese contador gaditado que contaba aquello de la princesa india que fué raptada por los jinetes mongoles que traían muy mala leche porque no habían desayunado.

También están los que lo hacen en la cama, contándoselas a sus seres queridos, a sus niños, amantes, compañeros/as, esas historias que solo tienen como objetivo despertar la ternura o la imaginación de esa otra persona.

Están los que las cuentan en gran formato y van a escucharlas, verlas o leerlas miles o millones de personas, los que las narran para sí mismos, para no olvidarlas, los que las usan para cambiar el mundo y los que las necesitan para cambiar ellos mismos.

Hay quien las cuenta con la boca, quien lo hace con las manos y quien usa la piel o la mirada.

Historias fantásticas, reales o imaginarias, terribles, fabulosas, cotidianas o entrañables.

Hay tantos tipos de historias como historias en sí hay, y tantos contadores de historias como matices la paleta de Monet o incluso del loco Van Gogh.

Pero hay un tipo, más común de lo que debería, que desvirtúa a este tan fantástico gremio.
Son aquellos que traspasan la frontera de fantasía, lanzando a sus habitantes a la nada y convirtiéndolos en mentiras.

No cuentan historias bajo ese nombre, sino que las hacen llamar hechos, a pesar de ser tan imaginarias como Hobbes para la madre de Kalvin, como la mayor superproducción de hollywood.

Se erige en defensor de la verdad, se disfraza de amigo y condena a todos los que incumplen las normas que él mismo rompió ladinamente y sin atisbo de vergüenza.

Ese tipo de gente son los triunfadores del milenio, los que consiguen a base de falsas verdades, crear la discordia suficiente como para que todos pierdan excepto él.

Debería darme asco, debería odiarle, debería gritarle a la cara delante de todos cuánto daño ha hecho a base de mentiras.

Pero sólo consigo que me dé pena.

Una persona feliz no necesita ese tipo de argucias, no se preocupa de humillar a nadie por la espalda. Una persona feliz desea que los buenos triunfen y que los malos se vuelvan buenos, y así triunfen también. Eso convierte a ese tipo de gente en una triste imitación de personas buenas, en unos infelices que se visten de sonrisas fingidas. Pobre mentiroso, pobre infeliz. Ojalá se dé cuenta algún dia por sí mismo de que hay otras maneras mejores de vivir.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Mi regalo de cumpleaños.


Quiero que mi abuela se acuerde de mi nombre hoy.
Ser demasiado viejo para tener miedo y demasiado niño para no soñar.
Que crezcan los tulipanes de todas partes.
Dejar de luchar, empezar a fluir.
Saber que está bien.
Poner la mano y que caiga una carcajada en ella, una sincera, limpia.
Decir: No os preocupéis, yo me valgo, vosotros me enseñásteis.
fulminar la insolencia con algún chiste.
Recordar lo mejor de ti.
Quedarme por esta vez, no salir corriendo.
Sentir más.