lunes, 6 de junio de 2011

Un país lleno de Quijotes.

Con una chapa vieja a modo de armadura y un orinal como yelmo. Sin más creencia que la de defender todo lo que es justo y bueno. Sin más compañero que un amigo tan loco como yo, y con todos los molinos alzados al frente, desafiantes e inamovibles.

¿Y qué importa que te llamen loco? ¿Y qué más da que se rían de ti y de tu triste figura?

“No es tiempo de caballeros, señor.” Dicen algunos.

“Creo que he visto un dragón subiendo por esa pared.” Se mofan otros.

Y por mucho que luches, dicen, y por mucho que sueñes, nada va a cambiar, no hay grandes hechiceros ni cónclaves del mal, y no recibirás más que bastonazos en tu historia desubicada.

¿Y qué importa todo aquello, si aún podemos soñar lo imposible? ¿Y qué más da cuántas veces nos tiren del caballo de cartón si aún podemos Luchar por aquello en lo que creemos?

Sin embargo, miras alrededor y te das cuenta de que hay miles de escobas alzadas como lanzas, cientos de yelmos de oro de Mandrino, cientos de miles de corazones que sueñan con su dulcinea particular, con su ínsula de Barataria, con derrotar al fin a los molinos.

La locura se vuelve realidad, y los sueños se realizan, simplemente, porque creímos en ellos.

Y antes de que la fiebre nos lleve, cuando recuperemos la cordura, podremos mirar atrás y decir: Hemos hecho de este mundo un lugar, aunque sólo un poco, mejor.

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