lunes, 4 de julio de 2011

El Sabor como testimonio de existencia.

A pan, a piel desnuda.

A pequeñas piezas de cuero curtidas por los años. Sabe a arroz blanco.

Sabe a timbre ve voz, a madera negra, a verde. Sabe a verde.

Con un toque de canela, pero como puesto ahí sin previsión, distraídamente.

Porque no es un sabor premeditado, no está preparado así, simplemente sabe.

Como el sabor de las fresas silvestres arrancadas directamente del matorral.

O como el sabor de la cerveza, fría, bien fría. Que te recorre el gaznate como agua de manantial, como esa que salía del canal y que si ponías la mano tenía el tacto del pecho de una sirena, lleno, fresco y húmedo.

Como la sal especiada, o como los pepinillos en la boca en pedazitos pequeños.

Sabe como el papel, pero sólo cuando el poema es bello. Como el número 3, sí, sabe como el número 3.

Podría pasarme horas pensando acerca de cómo sabe, pero no, gracias, prefiero pasarme años saboreándolo.

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