El armisticio insolente de los que todo lo pueden, la
palabra marchita que se deshace en la boca y nos retiene en estado de sitio.
¡Cállate! ¡Silencio!
Nos consolamos con salvar algo a estas alturas, con no
perderlo todo, cuando deberíamos hacer arder el parlamento hasta sus cimientos.
¡Dispersaos! ¡Silencio!
Nos convencen de que es nuestra la culpa, y en nuestra
culpabilidad construyen un nuevo castillo de naipes herrumbrosos, de
aspiraciones dogmáticas con las que ejercer, vampíricos e intocables, su labor
de inalterable conducta, de inquebrantable estatismo pendenciero y arrogante.
De nada, y sobre la nada, más nada aún que nos pretende insectizar y
constreñir.
¡Silencio! ¡Ultraje!
Mamad del hecho voluptuoso de la necesidad, parásitos, algún
día, las voces golpearán como fusiles, y entonces, ni vuestro mejor talonario
os va a salvar.
Porque la revolución es un derecho y un deber, el 19 de febrero yo estaré en la calle, ¿Dónde estarás tú?
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