domingo, 28 de marzo de 2010

a la mañana

Al abrir los ojos el piloto descubrió con asombro algo que había olvidado ya que existiera, miró a su alrededor y el corazón le dio un vuelco inexplicable cuando se dio cuenta de que ese algo era el silencio. Un silencio arrullado por el rumor de un mar tranquilo, una brisa marina suave y el leve crujir de la madera. De acuerdo, no era realmente silencio, pero después de tres días de tormenta aquello era gloria bendita.

Por un instante se estremeció al recordar la larga noche anterior, las caras de terror de sus compañeros, la cubierta barrida por el mar, el ardiente roce de las cuerdas, el barco movido como un juguete entre lenguas de océano furioso. El capitán...

Rápidamente alzó la vista hacia el mástil, milagrosamente el palo había sobrevivido a la noche y allí estaba el cuerpo inerte del capitán , balanceándose suavemente al compás del ahora adormecido mar.

El piloto luchó durante un rato por soltar sus ataduras, le dolían todos los huesos del cuerpo y sentía un pinchazo profundo en la sien. Una vez consiguió desatarse, se levantó y a punto estuvo de caer a causa de un profundo mareo, pero se aferró a la barandilla y se obligó a dirigirse con esfuerzo hasta el palo mayor de la embarcación.

Los pies del capitán se balanceaban sin un atisbo de vida, parecía un macabro trofeo de guerra que el mar exhibiera para que nunca mas nadie se atreviera a desafiarle. El piloto hubiera llorado de haber podido, pero ahora mismo apenas era un ser humano, su intención era únicamente sobrevivir.

Cuando se hubo repuesto buscó su cuchillo y subió poco a poco hasta donde el cuerpo se encontraba, aún le quedaba dignidad como para evitar que las gaviotas devoraran los restos del que había sido su capitán.

- Era un viejo loco. pero no se puede negar que valor no le faltó.

Cuando el piloto llegó arriba pudo ver más de cerca el cuerpo: sus profundas ojeras, la boca entreabierta y la espesa y cana barba. El grueso cabo rodeándole el pecho por debajo de las axilas y los miembros colgando en el vacío.

Empezó con mucho esfuerzo a cortar el cabo, pero un movimiento le hizo detenerse.

El capitán respiraba, apenas se podía percibir, pero seguía vivo, y un murmullo luchaba por salir de su reseca garganta.

El hombre acercó el oído a la boca de su capitán, mientras este repetía una y otra vez lo mismo hasta que se pudo escuchar su sencilla frase:

-Ron, dame ron.

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