viernes, 26 de marzo de 2010

reza lo que sepas

El impacto hizo saltar por los aires uno de los paquetes de carga, toda la cubierta se zarandeó, el piloto apretaba sus huesos contra la baranilla a la que estaba atado, se le pasaron por la cabeza todas las oraciones que de pequeño habían intentado inculcarle y nunca pudieron, pero en ese momento creía en dios, en Alá o en quien fuera que pudiera sacarle de allí.
Alrededor no se veía nada, sólo el mar enfurecido que una y otra vez mordía con rabia el frágil barco que se esforzaba por mantenerse a flote. El rugir ensordecedor del océano oprimía sus tímpanos, no había más que furia, violencia en estado puro contra la que sólo se podía rezar.
Otra ola gigante, otra estampida, y de fondo, una voz grave y castigada, apenas un murmullo frente a la cruel sinfonía del agua.
El piloto buscó a su alrededor, no había nadie más en cubierta, la tormenta los había arrojado al mar, entonces alzó la vista y difícilmente pudo perfilar su silueta, allí, amarrada en lo más alto del mástil con los brazos abiertos hacia la masa de agua que de nuevo estaba a punto de impactar contra ellos.

- ¡Vamos maldito infierno! ¡Acaba conmigo!

El capitán gritaba de ira, gritaba su desafío una y otra vez mientras el mar parecía enfurecerse aún más por su osadía.

- ¡Me quieres a mí! ¡Lo sabes! ¡¿Crees que puedes hundirme?! ¡Inténtalo!

El barco se zarandeó de nuevo y el piloto tuvo que bajar la cabeza, pero aún pudo escuchar al capitán.

- ¡Puedes hacerlo mejor! ¡Vamos!

El ruido volvió a ensordecer al piloto justo cuando la ola más grande alzó la embarcación por los aires.

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