El impacto hizo saltar por los aires uno de los paquetes de carga, toda la cubierta se zarandeó, el piloto apretaba sus huesos contra la baranilla a la que estaba atado, se le pasaron por la cabeza todas las oraciones que de pequeño habían intentado inculcarle y nunca pudieron, pero en ese momento creía en dios, en Alá o en quien fuera que pudiera sacarle de allí.
Alrededor no se veía nada, sólo el mar enfurecido que una y otra vez mordía con rabia el frágil barco que se esforzaba por mantenerse a flote. El rugir ensordecedor del océano oprimía sus tímpanos, no había más que furia, violencia en estado puro contra la que sólo se podía rezar.
Otra ola gigante, otra estampida, y de fondo, una voz grave y castigada, apenas un murmullo frente a la cruel sinfonía del agua.
El piloto buscó a su alrededor, no había nadie más en cubierta, la tormenta los había arrojado al mar, entonces alzó la vista y difícilmente pudo perfilar su silueta, allí, amarrada en lo más alto del mástil con los brazos abiertos hacia la masa de agua que de nuevo estaba a punto de impactar contra ellos.
- ¡Vamos maldito infierno! ¡Acaba conmigo!
El capitán gritaba de ira, gritaba su desafío una y otra vez mientras el mar parecía enfurecerse aún más por su osadía.
- ¡Me quieres a mí! ¡Lo sabes! ¡¿Crees que puedes hundirme?! ¡Inténtalo!
El barco se zarandeó de nuevo y el piloto tuvo que bajar la cabeza, pero aún pudo escuchar al capitán.
- ¡Puedes hacerlo mejor! ¡Vamos!
El ruido volvió a ensordecer al piloto justo cuando la ola más grande alzó la embarcación por los aires.
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