martes, 6 de abril de 2010

la rutina nocturna

La rutina nocturna a la deriva era extremadamente rigurosa para el piloto.

Primero probaba la radio, la intentaba arreglar y la volvía a probar, por ahora no había habido respuesta.

Después daba de cenar al capitán y lo ataba fuertemente al camastro en el que se encontraba, éste nunca rechistaba, se dejaba cuidar, casi parecía que hubiera quedado en estado vegetativo, abría los ojos, le miraba y asentía, pero en ningún momento dijo nada ni hizo ningún ademán, sólo tragaba lentamente las gachas que él le ofrecía.

A continuación subía a la cubierta para medir la dirección del viento e intentar situar la derrota que seguía el barco. desde la tormenta el timón había quedado inservible, por lo que sólo podía rezar para que el viento les llevara a la costa o a alguna ruta comercial.

y allí mismo dormía, con un cabo atado a la cintura por si acaso, y con un ojo abierto en todo momento por si una luz en el horizonte le avisaba de un posible rescate o de una nueva tormenta.

Sin embargo ese día durmió profundamente al principio durante largas horas, para luego, justo antes de despertar, soñar con algo que se le quedaría grabado en la memoria.

-¿qué haces ahí parado? le decía la voz, él sólo distinguía siluetas de peces y estrellas marinas alrededor.
-¿dónde estoy? ¿ya nos hemos hundido?
-Creo que no.

Sintió unos ojos fijos en los suyos y no pudo moverse durante un rato, notó como tiraban de él a través de fondos marinos, acantilados, playas, bosques, calles y recodos, hasta llegar a esa vieja casa abandonada, escuchó una canción, se vio a sí mismo canturreando en el patio del caserón y alrededor del mástil, estaba bailando, se movía como si cada paso fuera una experiencia totalmente nueva, como si la música lo llevara a él.

Acto seguido sonó un golpe en las tablas de la cubierta y el piloto se despertó.

Contra la luna se recortaba la forma del viejo capitán quieto en la proa del barco, mirando al ancho mar, estaba en los huesos pero podía sentirse la fuerza que aún tenía su enjuto cuerpo.

El piloto se apresuró a soltar el cabo que lo ataba para sujetar al capitán antes de que hiciera ninguna locura, pero cuando aún no pudo desatar el nudo, escuchó el canturreo del viejo marino...

Con un hueso verde de papel
despistar a la locura sin querer
convertirte en ave al soplar
y bailar en el cielo, bailar...

El capitán bailaba en cubierta la misma canción que el piloto había bailado en su sueño, bailaba igual, como si las olas lo mecieran.

... quizás...quizás no seamos tan diferentes.

Y danzaron hasta despuntar el alba.

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