jueves, 22 de abril de 2010

Siendo pez

el agua estaba tibia para la piel del marinero, nadaba como si este fuera realmente su elemento, como si siempre hubiera sido un pez, un tiburón de elegante figura deslizándose por los universos marinos. Vio bancos de peces plateados, gigantescas medusas como si de enormes globos se tratara. Pasó sobre los fondos aparentemente muertos pero repletos de vida, aceleró su velocidad, siguió adelante.
Era como un sueño, se había creído pez, y de pronto lo era, sintió la libertad, el valor, el poder de saberse invencible. Sintió el amor por ese mar que le daba la vida, respiró de él, exploró todos sus rincones, se desvaneció de la vista en los abismos. Pero el mar tiene sus reglas, y notó como el aire se le agotó en los pulmones. Sintió la tentación de seguir, de bajar hasta el fondo con la promesa de encontrar el mayor de los tesoros, nada le importaba el no poder subir después, hasta que notó cómo alguien le miraba.

Una Nereida lo observaba con tristeza suspendida en el espacio de quietud que era el mar, el marinero se detuvo en seco, la miró fijamente mientras se acercaba.

- Por favor, no sigas por ese camino.
- Pero me llama, sé lo que tengo que hacer...
- No, no lo sabes, no hay nada para ti ahí abajo.
- No puede ser, no tiene sentido, yo...
- ¿No lo oyes? Tu eres de la superficie, tu tiempo se acaba aquí dentro, el mar llora por no poder acogerte.
-Yo quiero quedarme...
- Pero no puedes.
- Pero me ama.
- Quiere hacerlo, pero no lo siente en realidad, es el mar, no es una mujer como las que has conocido hasta ahora, tienes que comprenderlo...
- No quiero comprenderlo.
- ¿De verdad no lo oyes?
El marinero afinó el oído hacia el infinito, y poco a poco el sollozo se hizo perceptible para sus oídos humanos. Aunque era más un silencio que un sonido, el marinero lo sintió.
- ¿Podrías seguir adelante habiendo oído eso?
De pronto se dio cuenta de su error, el mar le acariciaba con dulzura, pero con tristeza, había roto la frontera de la superficie durante demasiado tiempo, había transgredido las leyes que rigen el mundo de las profundidades y estaba hiriendo al mar, el mismo que podría aplastarle si lo deseara, pero al que el mismo amor por ese diminuto ser detenía.

El Marinero retrocedió alarmado, de pronto se dio cuenta de su crimen, el terror lo inundó, si hería al mar, ni las montañas mas altas lo iban a salvar de su propia conciencia.

-Aún estás a tiempo, márchate, vuelve a la superficie.

El hombre tomó impulso aún horrorizado, se disparó hacia la superficie viendo pasar como centellas todos los secretos del mar. chocó contra el límite del agua y lo hizo explotar para finalmente caer sobre la cubierta y aspirar con ansia el oxígeno del que se había olvidado.

A su lado, erguida como una estatua, había una anciana mujer vestida de blanco que al marinero le recordó mucho a la gaviota.

- ¿Ya has salido? Me parece bien, llevo siquiendote mucho tiempo, ahora es el momento chico, lo has perdido todo, el mar te ha avandonado, tus esperanzas están muertas, estás solo, no te queda nada por lo que luchar, ven conmigo, ya es hora de descansar.

El marinero la miró mientras luchaba por recuperar el aliento, tosía y escupía agua. La parca, la muerte, lo había rondado desde la tormenta, y ahora reclamaba su papel.

- Tengo un lecho suave para ti, allí podrás soñar lo que quieras, con casas avandonadas, besos, estrellas, puertas o lo que desees, nadie te lo va a quitar...

Mucho le costó que su pecho dejara de contraerse una y otra vez, y cuando lo consiguió notó la garganta rasgada del esfuerzo, pero pudo pronunciar su respuesta.

- No me da la gana.

La parca entró en cólera, su voz de pronto se convirtió en un rugido de tormenta, su rostro afable se volvió cadavérico y vacío.

-¿ Crees que puedes rechazarme? ¡No eres nada! ¡No tienes nada! ¡No te queda más que morir, aceptar la derrota y seguirme! ¿Quién te espera? ¡Nadie! ¡Tienes que venir conmigo! ¿A dónde irás si no?

El desnudo superviviente se acercó hasta donde estaba el timón del barco, lo recogió y lo situó en su lugar.

- Iré hacia adelante, olvídate de mí, vieja, aún no es mi momento.

Y la muerte desapareció vencida mientras el barco empezaba a avanzar en la dirección deseada.

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