miércoles, 21 de abril de 2010

Un camino.

Bajo la atenta mirada de la gaviota, el hombre giró su rostro hacia el mar, miró las olas atentamente, como si quisiera leer algo en ellas.

-¿Sabes? Prefiero un camino a un destino, sea cual sea.
- ¿tú crees?
- Sí, los seres humanos somos como los tiburones, tenemos que seguir adelante para sobrevivir, si nos paramos, dejamos de respirar.
- ¿Entonces no podéis dejar nunca de caminar? ¿no es eso agotador?
- Lo es, pero es un casancio necesario, una putada para bien.
- ¿Y eso lo entiende todo el mundo?
- No lo sé, habrá quien lo entienda y quien no, como todo.
- Pero... ¿tú eres feliz entendiéndolo?
- Pues claro que soy feliz.
- No me lo creo, anoche te vi llorar.
- Eso no tiene nada que ver, uno puede estar triste o estar contento y ser feliz igualmente. Porque se comprende a sí mismo, sabe que es necesario tanto reír como llorar, como rugir o gruñir de vez en cuando, sentarse o salir corriendo. Todo forma parte de la vida, si lo comprendes, si te quieres aunque llores sentado en un bordillo, entonces es que eres feliz, y eso se transmite a cómo quieres a la gente que te rodea.
- Estás loco.
- Como una cabra, ya lo se, y a mucha honra.
- ¿Qué vas a hacer ahora?

En ese momento el marinero volvió su cabeza lentamente para mirarte a ti, que estás leyendo estas líneas, te miró fijamente con una media sonrisa dibujada en el rostro y te habló.

- Abre la ventana, retira los cartones y mira tu camino, tu carretera, las carreteras no suelen hablar, por eso si lo hacen es porque tienen algo muy importante que decir.
Vamos, no tengas miedo.

De nuevo volvió su atención a la gaviota.

- Creo que nadaré un rato, quiero sentirme pez.
- Está bien, pero prepara un cabo para subir luego.
- Descuida.

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