martes, 25 de enero de 2011

brujas


La enorme pared de piedra proyecta las sombras de la caverna como grotescas figuras sacadas de las pesadillas de los niños.
La luz del fuego las hace danzar, mientras sus dueñas, las infames brujas del páramo, se arremolinan en torno al caldero en sus terribles quehaceres. Estas retorcidas criaturas viven de los deseos ajenos, los asimilan, los hacen realidad y los corrompen. Se alimentan de ellos y consiguen así el poder para mantener con vida sus achacosos huesos y realizar sus grotescos conjuros. Poderosos parásitos que viven de las leyendas y los sueños de los mortales.
-¿quién anda ahí?
Los ojos de la anciana observaban la oscuridad.
-Podemos olerte, apetitoso, podemos sentirte… sal de tu escondite para que además podamos verte…
Las cuatro vaporeas hechiceras centraron su atención en la oscuridad de la caverna, durante un instante sólo se escuchó el crepitar del fuego y el burbujear del caldero por respuesta.
-No tengas miedo… no vamos a hacerte daño, ¿verdad hermanas?
Los rostros de las cuatro se suavizaron y se enmascararon en la apariencia de cuatro dóciles y venerables amas de cría.
Entonces de la oscuridad apareció el viajero, vestía botas altas, chaqueta de viaje y pantalones bombachos de color verde oscuro. Con paso cauteloso se acercó al grupo aunque siempre mantuvo una distancia prudencial.
Las brujas estallaron en estridentes carcajadas, volaron por los aires y se arremolinaron como jirones de niebla alrededor del visitante. Le hostigaban, intentaban tocarle, le gruñían y lanzaban dentelladas en su dirección, pero en ningún momento llegaban a tocarle.
-Hace mucho tiempo que no vemos carne joven, ¿verdad hermanas? Sangre fresca, sueños frescos, tenemos sed.
-Sí, tenemos mucha sed.
El viajero apenas se movió, permaneció en silencio, y las brujas dieron muestras de impacientarse.
-¿Para qué ha venido hermana?
- ¡Eso, que nos lo diga!
-¿Quieres nuestro poder? ¿Quieres que hagamos posible ese sueño con el que pasas todas las noches en vela? Si, hermanas, es otro necio buscando un milagro. Nosotras te lo daremos.
-Te equivocas.
Una media sonrisa se dibujó en el rostro del extraño.
-No he venido a pediros un favor, he venido a haceros una advertencia.
Las brujas volvieron a reír, escupiendo esputos y otras cosas desagradables al tiempo que se retorcían en su propia histeria.
-¿En serio piensas que puedes exigirnos algo a nosotras?
-¿Quién eres tú para hablar así a nosotras?
Los rostros dejaron de parecer amables o divertidos para volverse terribles, cuencas vacías por ojos e hileras de colmillos recorridos por una lengua bífida se transformaban a escasos centímetros de los ojos del visitante.
-Yo soy el narrador de esta historia, viejas.
La sala estalló en un rugido tremendo, las brujas se apretaron contra la pared opuesta justo cuando de la oscuridad surgió una terrible multitud de campesinos, hombres y mujeres hoscos armados con antorchas y herramientas de labranza.
-Schicken Sie zur Hölle!
Bramó la multitud, cuando de súbito todos estallaron transformados en millones de mariposas nocturnas que se desvanecieron en el aire en pequeñas nuvecitas de humo.
Una quinta bruja, joven, seductora y oscura como el évano se dibujó entre las sombras de sus temblorosas hermanas y se impuso al visitante en todo su terrible esplendor.
-Niñato engreído, ¿de verdad crees que puedes reducir nuestro poder tan fácilmente?
-Sólo he venido a avisaros, dejad de atormentar a los que os dan la vida, vosotras existís porque nosotros os hemos creado, de igual manera podemos destruiros. Somos los creadores, los que escribimos vuestras historias, debéis tenernos miedo.
-Llevamos siglos, milenios existiendo. Desde el primer niño de la creación temió nuestros designios, y el último hombre sobre la tierra nos pedirá desesperado que obremos el milagro, como tantas veces lo habéis hecho. Sois fugaces, déviles, nosotras somos eternas.
-Te equivocas.
Las brujas ancianas empezaron a retorcerse de dolor, sus cuerpos se retorcieron y sus manos se extendieron tomando la forma de largas ramas de saúco, poco a poco, se convertían en árboles.
La quinta bruja corrió hacia el caldero, hundió sus pálidas manos en el brubujeante líquido y una niebla roja y púrpura lo envolvió todo para retirarse en un instante, sus hermanas volvían a tener su apariencia anterior.
Luego señaló al forastero con un dedo perfecto y ensangrentado de modo que decenas de alimañas aladas salidas de la nada se avalanzaron sobre él, calledo acto seguido todas al suelo envueltas en llamas.
La bruja se incorporó, recuperó su elegante postura y se limpió las manos, ahora una sonrisa se dibujaba en sus carnosos labios.
-Está bien, de acuerdo, quizás podamos llegar a un trato.

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